domingo, 25 de agosto de 2013

Más hechos y menos palabras contra la homofobia

Las noticias que nos llegan desde Rusia indignan a cualquiera, excepto a los fascistas homófobos que acampan a sus anchas por todo el mundo. El problema ruso es sólo un ejemplo de las actitudes que, en pleno siglo XXI, siguen teniendo completa libertad para rechazar o agredir a los homosexuales. Actitudes no sólo de personas sino de gobiernos que, como el ruso, parecen no preocuparse por lo que sucede. 
Una de las últimas noticias de la homofobia que se vive en Rusia nos informa de la muerte de un joven gay que protestó públicamente por los derechos LGTB ante los medios de comunicación en plena calle. Este joven fue hallado muerto el pasado sábado.
¿Se abrirá una investigación para aclarar lo sucedido? Creo que, lamentablemente, no. Lo mismo que no se investigarán los vídeos en los que grupos nazis agreden a jóvenes homosexuales y, después, cuelgan esos vídeos en las redes con total impunidad.
Vergüenza deberían sentir los miembros del gobierno del país donde se dan estos casos. Países como Rusia no penalizan la homosexualidad pero tampoco llevan a cabo ninguna iniciativa para evitarlo o perseguir a los culpables. 
Vergüenza deberían sentir por la imagen exterior que se da del país que permite esas situaciones. Se movilizan las fuerzas de seguridad para establecer el orden público. ¿Y en estos casos no preocupa el orden público? Bueno, tal vez sea porque la homosexualidad se considera un desorden y las manifestaciones públicas por los derechos LGTB han de ser calladas con la fuerza, tal y como ha sucedido.
Pero Rusia no es el único país que cuenta con una ley homófoba que prohibe cualquier tipo de propaganda homosexual. Moldavia también ha aprobado su propia ley. Lituania, Ucrania o Armenia están estudiando propuestas similares.
Con tanto organismo internacional, ¿cómo se permiten estas actitudes racistas ante los homosexuales?
¿De qué sirven si no se frenan las agresiones homófobas?
El departamento de derechos humanos de la ONU ha rechazado la ley aprobada por Putin, exigiendo a su gobierno que la derogue. Palabras que no se acompañan de hechos tajantes para acabar con tanta discriminación.
El asesor del Alto Comisionado para los Derechos Humanos, Claude Cahn, ha calificado la ley rusa de "intrínsecamente discriminatoria tanto en la intención como en el efecto" y considera que esas medidas "son la base para el acoso permanente y regular, e incluso la detención arbitraria, y ayudan a crear un clima de miedo para cualquier persona que trabaja en la promoción de los derechos de las personas lesbianas, gays, bisexuales y transexuales". Palabras y más palabras.
Y para mayor colmo, ha tenido que ser un país no europeo, como Canadá, quien anuncie que acogerá a las personas LGTB rusas que soliciten refugio. 
El ministro de Ciudadanía, Inmigración y Multiculturalismo de Canadá, Chris Alexander, señaló que "las solicitudes de refugio vinculadas al problema que se vive en Rusia serán analizadas de forma muy seria por nuestro sistema". Eso son hechos y no sólo palabras.
Hechos es lo que falta en Europa. Hechos que velen por la igualdad real persiguiendo medidas y actitudes homófobas.
Vergüenza deberían sentir los líderes políticos que miran hacia otro lado mientras en Rusia se aprueban leyes contra la homosexualidad. 
Líderes políticos que miran hacia otro lado mientras otros países castigan la homosexualidad, incluso con la pena de muerte.
Vergüenza deberían sentir.