lunes, 14 de enero de 2013

No llegó a la luz

           
Eran las 11 de la noche. Una noche oscura, cerrada, sin estrellas.
Los meteorólogos habían acertado en sus previsiones y, tal y como se esperaba, las nubes cubrían la ciudad. Los puntos de luz del alumbrado público marcaban el camino.
Tras recorrer unos metros calle abajo, comenzó a notar que su corazón se aceleraba.
Se dio cuenta que estaba sola. Nadie caminando en ninguna dirección. Una calle desierta en una noche oscura. Idea que se esforzaba en quitar de su mente. Pero era imposible.
Siempre habia hecho el recorrido en autobús. La parada estaba justo a la salida del trabajo, pero ese dia se le hicieron las 11 de la noche.
-“No pasa nada, es tarde y es normal que la gente esté ya en su casa”, se repetía una y otra vez.
            De repente, una sombra cruzó la calle frente a ella.
Una vecina con una bolsa de basura que se dirigía hacia el contenedor. Fue muy rápido. Vio la sombra regresar a la casa de donde habia salido tras depositar la bolsa en el contenedor. No llegó a poder darla las buenas noches. Le hubiera gustado. Al menos la hubiera tranquilizado.
Su corazón seguía acelerado y aún quedaban unos metros antes de salir de la calle. Una calle desierta, oscura, sin estrellas. Sólo las farolas que iluminaban en penumbra por el ahorro energético.
Seguía calle abajo. A lo lejos ya empezaban a verse las luces de la calle principal. Pero todavía le quedaban unos metros antes de llegar a la luz del final de ese túnel, esa calle oscura.
Oyó un ruido fuerte y seco a su derecha que rompió el ritmo de su acelerado paso al echarse hacia atrás del susto.
-“Mira que eres tonta –pensó, sólo es una persiana”.
Estaban siendo los metros más largos de su vida. Más largos y más oscuros, sin estrellas. Al levantar la cabeza del suelo, pudo ver otra sombra. Esta vez venía de frente, en dirección contraria. La silueta le delataba. Era un hombre. Alto y con una especie de gabardina. Seguía avanzando mientra ella hacía lo mismo, hasta llegar el momento de cruzarse. El corazón latía todavía más rápido.
-“Buenas noches”, le dijo. Y siguió su camino.
Un saludo que la tranquilizó. Sonrió y también siguió su camino, hacia la luz de la calle principal, el final del túnel.  Quedaban pocos metros. Sacó un cigarrillo del bolso. Pero no le dio tiempo a encenderlo. El mechero cayó al suelo del golpe que recibió por la espalda. No llegó a caer al suelo pero la agarraron por la cintura mientras le tapaban la boca.
Sintió que retrocedía, veía la luz alejarse. La luz de la calle principal, la luz del final del túnel. Lloraba mientras veía alejarse esa luz que tanto había deseado encontrar esa noche.

Amaneciendo en Rascafría


            La puerta se abrió y salió él, erguido, altivo, desafiante, con su mirada penetrante. Lo había estado esperando casi una hora tomando el café con leche de la mañana y fumando tabaco. Era el momento perfecto del día que acababa de empezar y que me llevaría a vivir muchas y diferentes experiencias con mis dos amigas, Adriana y Ana.
Deseaba que llegaran esas vivencias pero no podía evitar sentirme atraído por él, por su sencillez; aunque, al mismo tiempo, su porte irradiaba un cuidado muy atendido, una dedicación a su cuerpo casi enfermiza pero necesaria.
Veía como cada mañana, al salir el sol, acudía a su casa otro hombre con el que mantenía una relación idílica.
            Era evidente que se conocían desde hacía muchos años. Se dejaba acariciar por ese hombre que se había convertido en su amante. Pensé en esperarle a la mañana siguiente, escondido, y darle un golpe mortal para ocupar su lugar. Así, sería yo quien le acariciaría cada mañana. Pero el miedo frenaba mis instintos y me conformé con ser un mero espectador. Observador de su belleza.
Y todo siguió igual. Seguí tomando mi café con leche todas las mañanas disfrutando desde la distancia de la belleza de mi amigo el caballo.

En su mundo


   Frío fuera y calor dentro. Un paso separaba los dos ambientes aunque la distancia era larga. Parecía que la puerta nunca se abriría pero aquel día lo hizo; algo que no olvidaría en su vida. Oscuridad que no impedía que la vista alcanzara lo suficiente como para saber por dónde caminaba. La noche era fría y el cielo estaba muy oscuro.
    La vida nocturna seguía su ritmo envuelta en la oscura rutina del “día a día” para todas esas criaturas que, sin saber realmente lo que es, pasa y no deja rastro. Igual que sus pasos por aquel camino claro entre tanta oscuridad. Una claridad que dejaba el camino que marcaba la dirección a seguir con los pinos como compañeros de viaje. Algunos tramos del camino le dejaban a la intemperie, bajo el cielo negro y lleno de puntos blancos.
   Esa noche las nubes ya habían acabado de deshacerse después de un tiempo muy revuelto durante los días anteriores. Hacía tan sólo dos días, esas mismas montañas estaban cubiertas de nieve. Un fin de semana muy especial ya que la tranquilidad del lugar se vió interrumpida por la llegada masiva de familias que, procedentes de la ciudad, buscaban con sus hijos e hijas esa estampa inolvidable en un marco incomparable y nevado.
   Al regresar a casa, reavivó el fuego de la chimenea y siguió leyendo.

Los escuadrones de la punta afilada

  Un batallón muy bien afilado recorría aquel largo corredor que parecía no tener fin. A su paso dejaba un manto rojo a punto de convertirse en fuego, aunque todo eran sensaciones. Agujas y más agujas. Todas en fila para que su paso fuera todavía más sentido, prolongando la agonía de aquél que sufría en sus propias carnes el desfile imparable de los “escuadrones de la punta afilada”. Sabían muy bien cuál era su obligación: atravesar aquel espacio sin detenerse ante nada y sin romper filas hasta llegar al exterior. Allí se perdería el sentido de todo, pero el batallón era infinito.

2005 y su Quijote

 Año del Quijote. Miguel de Cervantes está más de moda que nunca, gracias a buenas campañas de marketing. Trabajos obligatorios en las escuelas, lecturas maratonianas institucionales e interesadas, nuevas ediciones a la venta, autobuses monotemáticos recorriendo los municipios bajo el patrocinio de ciertas entitades, representaciones teatrales previo pago de la entrada…etcétera.
   Obligatorios, interesadas, venta, patrocinio y pago. Adjetivos que reflejan de todo menos voluntad y desinterés a la hora de difundir y promocionar la obra de Cervantes.    
   Aunque, bien pensado, ¿qué escritor rechazaría la publicación y difusión de su trabajo literario?. Enhorabuena a Cervantes, Quijote y Sancho Panza que nunca han dejado de soñar con los molinos de viento. ¡Con los que soplan hoy en día!.

Buenas costumbres

   Lluvia, niebla, buena música, tranquilidad y buenas costumbres.
   Lluvia en el exterior. Una lluvia ligera, sin intensidad.
   Niebla en las montañas de alrededor, que no dejaba ver las cimas.
   Bossa Nova sonando en la radio, en un programa cuyo título lo decía todo: “A vivir que son dos días”.
   Tranquilidad en el ambiente con las únicas voces que llegaban a través de las ondas radiofónicas.
  Escribiendo estas líneas mediante un teclado manipulado con un solo dedo porque la mano izquierda sostiene un “cigarrillo” de marihuana. Una buena y saludable costumbre.

Realidad o ficción


   Sabía que iba y venía pero desconocía el contenido del viaje. Él solo había decidido iniciarlo, sin la presión de nadie (así es como surgen los mejores momentos, estoy seguro). Azul, ocre, amarillo chillón y vainilla. Eran los colores de ese mundo en el cual acababa de entrar sin haber pedido permiso y sin planteárselo. El gris intentaba ganar terreno, cual gaviota que surca los mares para meter el pico en el agua, invadiendo otro mundo para conseguir una pieza con la que alimentarse.
   "¿El gris necesitaba alimentarse?"-reflexionó para sí mismo.
   No, pero amenazaba entrar en aquel mundo de color que, de momento, aportaba la tranquilidad necesaria para disfrutar de todo lo que le rodeaba.
   Pensó estar soñando, aunque la realidad era tan evidente que sabía perfectamente lo que estaba pasando. Ese control le gustaba, le hacía sentirse más seguro y le permitía fijarse en la columna, la chimenea, la lámpara, la escalera, el mirador… Un mirador que parecía estar siguiendo sus pasos. Era él quien miraba y no por donde miraban. Sus ojos estaban clavados fijamente en los suyos.
   "¿Tal vez le estaba desafiando?, pensó por un momento.
   Su expresión le decía lo contrario. Estaba observando cada uno de sus movimientos sin dejar de hacer su función: dejar pasar la luz del día que ya empezaba a apagarse lentamente, como si los ángeles fueran reduciendo, a través de un sistema automático, la presión de los rayos solares. Un cielo adaptado a las últimas tecnologías que contribuían a conservar el medio ambiente. Y es que el cielo también se ve afectado por las acciones del ser humano, hombres y mujeres, que envían hacia las alturas todos los restos de sus ataques contra la naturaleza.
   En fin, el mirador dejaba pasar la claridad que todavía había en el exterior sin perder detalle de lo que allí dentro ocurría.
   Seguía su viaje por aquel espacio, olvidándose de aquellos ojos que le seguían. Llegó ante él una especie de bollo relleno de chocolate líquido y sin pensarlo lo aceptó como caído del cielo. Disfrutó el momento y prosiguió su viaje con unos nuevos ojos que le observaban. Bueno, mejor dicho, unos ojos presentes en la sala pero fijados en otro punto de ese espacio mágico creado expresamente por él.
   No me va, no me va, no me va… escuchaba palabras que parecían no tener sentido, pero todo tenía su contexto que ordenaba cada uno de los elementos.
   Frío o calor. Calefacción o chimenea. Pasa alguien o no pasa nada. Un hombre y una mujer pasaban caminando unos metros más allá, y por eso ladraron los perros que avisaron del paso de esos individuos que, al ser festivo, habían decidido darse una vuelta.
   Él prosiguió su viaje y los ladridos se oían cada vez más lejos, aunque físicamente no sabía muy bien si estaban en el mismo punto o se íban quedando atrás.
   ¿Qué habrá ahí adelante?, se planteó mientras se dejaba llevar por… realmente no sabía que o quien era lo que le llevaba por ese camino que, en realidad, tampoco había existido nunca.
   Volvió a ver a aquellos ojos que antes estaban pero no miraban. Esta vez sí le miraron. Fue sólo durante unos segundos y casi como por casualidad. No había ninguna intención en la mirada de aquellos ojos que siguieron con su tarea.
   Era difícil creer que todo aquello no existía. Lo veía, lo tocaba, lo olía… era todo tan real que parecía que no lo fuera. Pensamientos que surgieron una vez finalizado el viaje porque, mientras éste duró, todo su cuerpo y sentimientos estaban ocupados en recibir toda aquella cantidad de información, desconocida hasta el momento, que le llegaba del exterior.
   El espacio mágico se parecía mucho a su casa, pero no estaba seguro. 

domingo, 13 de enero de 2013

Un día de marzo entre montañas


La felicidad no es hacer lo que se quiere, sino querer lo que se hace. No sé si realmente la frase era así, pero se puede aplicar a la teoría que intenta explicar el concepto de la felicidad. Consejos prácticos, o no tan prácticos, que se ven muy claros una vez conocidos. Es una de esas situaciones en las que se ha de pensar que antes de verlo o leerlo no se había caído en la cuenta, como aquel artista que, a través de la fotografía, de la pintura o de otra disciplina, nos muestra una obra que es única porque sólo el autor o autora ha sabido reparar en eso que el espectador puede ver tan evidente.
Eso sin entrar a debatir sobre la forma, estilo.
-“¿Por qué estaré pensando yo en esto ahora?”, se preguntó a sí mismo mientras daba unas caladas al cigarrillo que se acababa de encender.
Era media tarde y el verde de los pinos empezaba a oscurecer, antes de dar cobijo a las lechuzas y búhos que al caer la noche comenzaban sus aventuras. Nocturnidad que sabía apreciar cada vez más, una vez superados los miedos al oir uno u otro ruído, tan normal en la zona donde se encontraba David. Un paraje natural al sur, el Montdúver al este, el Cingle Verd al oeste y la Valldigna al norte.
-“Voy al pueblo a por las habas, ¿quieres algo?.
-“No, hasta luego”.
Ella Fitzerald era la única compañía que había en la casa. David sabía que los próximos días serían perfectos. Objetivos a corto plazo fijados en la cabeza. Ésa era una de las máximas a alcanzar según señalaban algunos de esos libros de autoayuda, aunque no hacía mucho, tal vez dos o tres semanas, una compañera de trabajo lo comentó mientras todos hablaban del ritmo agobiante que seguían todos en la empresa.
-“Si te fijas unos objetivos a corto plazo es más fácil conseguirlos y, así, puedes ser más feliz”, fue lo que dijo aquel día.
Ese plazo de tiempo era para David un total de cuatro días: de Jueves Santo a Domingo de Resurrección. Era el primer año que tenía vacaciones completas. Algo que meses atrás le hubiera parecido imposible. Pero se equivocó porque podía dedicar esos cuatro días a lo que él quisiera.
El día era gris. No parecía que iba a llover y la niebla creaba un ambiente agradable en medio de las montañas.
-“Me apetece tomar un chocolate caliente. ¿Vamos?”.
-“Buena idea. Ahora me ducho y nos bajamos”.
Decían que el camino era peligroso pero, tal vez por la costumbre al subir y bajar tantas veces, David lo conocía perfectamente. Aunque nunca dejaba de estar atento para evitar sorpresas de algún conductor dominguero o trasnochado que, con toda la tranquilidad, invaden el carril contrario mientras contemplan las montañas.
Alguna que otra vez se imaginaba todo aquello invadido por edificios gigantescos, multisalas de cine con burguer incluído, e incluso una minipista artificial de esquí. Algo que sólo era eso, imaginable. Porque, afortunadamente, se trataba de una zona bastante protegida dando prioridad a las zonas verdes ante el ladrillo o bloque.