La luz de la mañana se colaba en
su habitación a través del ventanal por el que se podían ver las flores del
jardín. Era un dia nublado. Un dia más sin ver el sol. Pocas veces se mostraba
y el color gris inundaba toda la ciudad.
Viento, frio, aceras cubiertas por las hojas que formaban un
manto uniforme sin posibilidad de ver el asfalto. La imagen le sorprendió; no
porque fuera única sino porque prácticamente era la imagen que dia tras dia
ofrecía la ciudad. Frio descarado ante un sol tímido que parecía no salir nunca
de casa, estuviera donde estuviera. Algunas mañanas le invadían las ganas de
salir y preguntar por la dirección:
-“Perdone, ¿podría indicarme
donde se encuentra la casa del sol?”. Estaba decidido a visitarla.
-“Vive lejos, muy lejos. Tan
lejos que le será muy difícil llegar”, le respondían.
Y tan difícil que era imposible.
Calentó un poco de agua, sacó la
caja del té del armario y se preparó una infusión mientras pensaba cómo diablos
podría llegar al hogar del añorado sol.
-¿Por qué me abandonas?, pensaba
mientras añadía una cucharada de azúcar al té.
Quizá mañana se decida a
mostrarse, aunque las esperanzas se perdían por el camino. No le importaba
cuánto tiempo tendría que caminar para llegar a la luz, al calor, para sentir
esa agradable sensación que sólo el sol sabía producirle. Le había abandonado,
sí, pero no se lo tendría en cuenta porque sabía que tarde o temprano tendría
que prestar sus rayos a los árboles del parque, a las plantas de los jardines, acariciarlos
suavemente.
En algunas ocasiones sólo obtenía
una respuesta cuando preguntaba por él, cuando preguntaba si alguien le había
visto.
-“From time to time”. Ésa era la
respuesta que le daban todos aquellos a los que preguntaba.
Se acabó el té antes de que se
enfriara mientras oía el viento colarse por el agujero de la chimenea. También
le preguntó a él, al viento, si lo había visto, si había oído algo sobre él.
Pero no le respondió y siguió soplando.
La noche empezaba a caer y sabía
que sería otro día sin él. Tal vez mañana habría más suerte y el sol llamaría a
su puerta. ¿Esperanza? Toda la del mundo, aunque ese día ya no había nada que
hacer.
Decidió irse a la cama con Óscar
Wilde y los deseos de “The Picture of Dorian Gray”. No tardó en cerrar los
ojos. Sin darse cuenta, notó un calor intenso. Se dio media vuelta y ahí
estaba, mirándole, sonriendo. Brillaba con tal intensidad que le cegaba, aunque
lo sentía por todo su cuerpo. Unos segundos más tarde se levantó. Miró por la
ventana y el cielo estaba cubierto de nubes.
Sí. Vió el sol, lo sintió, lo
abrazó. Pero todo se desvaneció cuando abrió los ojos y despertó del sueño.
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