lunes, 14 de enero de 2013

Amaneciendo en Rascafría


            La puerta se abrió y salió él, erguido, altivo, desafiante, con su mirada penetrante. Lo había estado esperando casi una hora tomando el café con leche de la mañana y fumando tabaco. Era el momento perfecto del día que acababa de empezar y que me llevaría a vivir muchas y diferentes experiencias con mis dos amigas, Adriana y Ana.
Deseaba que llegaran esas vivencias pero no podía evitar sentirme atraído por él, por su sencillez; aunque, al mismo tiempo, su porte irradiaba un cuidado muy atendido, una dedicación a su cuerpo casi enfermiza pero necesaria.
Veía como cada mañana, al salir el sol, acudía a su casa otro hombre con el que mantenía una relación idílica.
            Era evidente que se conocían desde hacía muchos años. Se dejaba acariciar por ese hombre que se había convertido en su amante. Pensé en esperarle a la mañana siguiente, escondido, y darle un golpe mortal para ocupar su lugar. Así, sería yo quien le acariciaría cada mañana. Pero el miedo frenaba mis instintos y me conformé con ser un mero espectador. Observador de su belleza.
Y todo siguió igual. Seguí tomando mi café con leche todas las mañanas disfrutando desde la distancia de la belleza de mi amigo el caballo.

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