Frío fuera y calor dentro. Un paso separaba los dos ambientes aunque la
distancia era larga. Parecía que la puerta nunca se abriría pero aquel día lo
hizo; algo que no olvidaría en su vida. Oscuridad que no impedía que la vista
alcanzara lo suficiente como para saber por dónde caminaba. La noche era fría y
el cielo estaba muy oscuro.
La vida nocturna seguía su ritmo envuelta
en la oscura rutina del “día a día” para todas esas criaturas que, sin saber
realmente lo que es, pasa y no deja rastro. Igual que sus pasos por aquel
camino claro entre tanta oscuridad. Una claridad que dejaba el camino que
marcaba la dirección a seguir con los pinos como compañeros de viaje. Algunos
tramos del camino le dejaban a la intemperie, bajo el cielo negro y lleno de
puntos blancos.
Esa noche las nubes ya habían acabado de deshacerse después de un tiempo
muy revuelto durante los días anteriores. Hacía tan sólo dos días, esas mismas
montañas estaban cubiertas de nieve. Un fin de semana muy especial ya que la
tranquilidad del lugar se vió interrumpida por la llegada masiva de familias
que, procedentes de la ciudad, buscaban con sus hijos e hijas esa estampa
inolvidable en un marco incomparable y nevado.
Al regresar a casa, reavivó el fuego de la chimenea y siguió leyendo.
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