La felicidad no es hacer lo que
se quiere, sino querer lo que se hace. No sé si realmente la frase era así,
pero se puede aplicar a la teoría que intenta explicar el concepto de la
felicidad. Consejos prácticos, o no tan prácticos, que se ven muy claros una
vez conocidos. Es una de esas situaciones en las que se ha de pensar que antes
de verlo o leerlo no se había caído en la cuenta, como aquel artista que, a
través de la fotografía, de la pintura o de otra disciplina, nos muestra una
obra que es única porque sólo el autor o autora ha sabido reparar en eso que el
espectador puede ver tan evidente.
Eso sin entrar a debatir sobre la
forma, estilo.
-“¿Por qué estaré pensando yo en
esto ahora?”, se preguntó a sí mismo mientras daba unas caladas al cigarrillo
que se acababa de encender.
Era media tarde y el verde de los
pinos empezaba a oscurecer, antes de dar cobijo a las lechuzas y búhos que al
caer la noche comenzaban sus aventuras. Nocturnidad que sabía apreciar cada vez
más, una vez superados los miedos al oir uno u otro ruído, tan normal en la
zona donde se encontraba David. Un paraje natural al sur, el Montdúver al este,
el Cingle Verd al oeste y la
Valldigna al norte.
-“Voy al pueblo a por las habas,
¿quieres algo?.
-“No, hasta luego”.
Ella Fitzerald era la única
compañía que había en la casa. David sabía que los próximos días serían
perfectos. Objetivos a corto plazo fijados en la cabeza. Ésa era una de las máximas
a alcanzar según señalaban algunos de esos libros de autoayuda, aunque no hacía
mucho, tal vez dos o tres semanas, una compañera de trabajo lo comentó mientras
todos hablaban del ritmo agobiante que seguían todos en la empresa.
-“Si te fijas unos objetivos a
corto plazo es más fácil conseguirlos y, así, puedes ser más feliz”, fue lo que
dijo aquel día.
Ese plazo de tiempo era para
David un total de cuatro días: de Jueves Santo a Domingo de Resurrección. Era
el primer año que tenía vacaciones completas. Algo que meses atrás le hubiera
parecido imposible. Pero se equivocó porque podía dedicar esos cuatro días a lo
que él quisiera.
El día era gris. No parecía que
iba a llover y la niebla creaba un ambiente agradable en medio de las montañas.
-“Me apetece tomar un chocolate
caliente. ¿Vamos?”.
-“Buena idea. Ahora me ducho y
nos bajamos”.
Decían que el camino era
peligroso pero, tal vez por la costumbre al subir y bajar tantas veces, David
lo conocía perfectamente. Aunque nunca dejaba de estar atento para evitar
sorpresas de algún conductor dominguero o trasnochado que, con toda la
tranquilidad, invaden el carril contrario mientras contemplan las montañas.
Alguna que otra vez se imaginaba
todo aquello invadido por edificios gigantescos, multisalas de cine con burguer
incluído, e incluso una minipista artificial de esquí. Algo que sólo era eso,
imaginable. Porque, afortunadamente, se trataba de una zona bastante protegida
dando prioridad a las zonas verdes ante el ladrillo o bloque.
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